Una acción política volcada a su defensa
La Ley y el Estado en manos de La Cámpora
La Ley y el Estado en manos de La Cámpora
Pablo Mendelevich - La Nación
Pero otro error es acreditarle el desdén hacia el estado de derecho, el menosprecio por la soberanía popular y otros atropellos y bravuconadas a los tenaces seguidores de quien se presentó citada por un juez. La responsable es ella, que los organiza.
Tan innovadora como desvergonzada, Cristina Kirchner es la primera imputada de la historia que hace levantar una tarima en la puerta de los tribunales para burlarse de la Justicia en la que acaba de comparecer. Ha sido un error del gobierno facilitar la zona judicial para esta insolente puesta en escena kirchnerista post temporada. ¿No se les podía asignar una plaza en otra parte a los manifestantes, en cuyas manos tampoco había motivos para dejar el control del espacio público? La opción no es libertad o prohibición. Cuando el camino elegido es la libertad de expresión hay muchas formas de implementarlo. No se entiende por qué se eligió una en la que el Estado apareció ausente, como si su presencia y la represión fueran sinónimos.
Como líder eficaz que es, Cristina Kirchner regula ahora el grado de virulencia que pretende para su acción política, que es también su estrategia judicial. Si hay un rasgo sostenido en el comportamiento de la ex presidente en las últimas 72 horas es la ambigüedad premeditada en los confines del estado de derecho. Ella dice que la Justicia la persigue por razones políticas, pero a último momento nombra abogado defensor y comparece. Se somete a la autoridad del juez adentro de los tribunales, pero sale y, si bien no en forma explícita, se burla de su comparecencia. "Me pueden citar 20 veces, me pueden meter presa , pero no van a hacer que deje de decir lo que pienso, no me van a callar", dice en Comodoro Py, del lado de afuera. Está equiparando la citación que le hizo el juez Bonadío en la causa del dólar a futuro, la menos sólida de las que persiguen a la ex presidenta, con las citaciones que vendrán. Hace un combo en el que se titula una víctima a la que se quiere acallar, como si el problema fuera su palabra imprescindible y no los millones que faltan y se espera que explique dónde están.
Lo escribió en el panfleto que le presentó al juez. Allí seemparda a sí misma con Yrigoyen y Perón, sin diferenciar -de nuevo- entre la justicia de sendas dictaduras que persiguieron a esos dos lideres de masas después de ser derrocados y la que ahora la persigue a ella en plena democracia tras perder su partido las elecciones con un candidato postizo. Émula de Fidel Castro tras el asalto al cuartel Moncada ("la historia me absolverá"), Cristina Kirchner cierra su escrito diciendo que a ella la va a beneficiar "el juicio inevitable de la historia". Por lo menos no plagió a Fidel en términos literales. Al juez le puso un párrafo sobre el dólar a futuro (usó el argumento de que las decisiones del Banco Central se ajustaron a derecho), pero a la multitud no consideró necesario explicarle por qué sus decisiones, si fueron suyas, le hicieron perder al país unos 77 mil millones de pesos, mucho menos explayarse sobre los beneficiarios ni sobre las demás causas. La corrupción sigue sin existir en la década ganada y, es verdad, los militantes tampoco preguntan mucho por Jaime y Báez.
Por lo demás, el libreto político renovado en su discurso -cuya duración confirma que la oradora viene de una abstinencia inusual- tuvo dos ejes con las tergiversaciones que le son propias. El primero: que Macri ganó porque "los medios" le ocultaron a la gente (acá no es el pueblo) quién era verdaderamente Macri. No aclaró por qué los medios que respondían al gobierno fueron incapaces de colar la verdad y evitar el error colectivo. Y el segundo, que hay que preguntarle a cualquier tío cómo estaba antes y cómo está ahora. Seguramente si el gobierno kirchnerista no hubiera convertido al Estado en una agencia de empleo, falsificado las estadísticas oficiales, mentido sobre la inflación, pateado para adelante el sinceramiento cambiario, reprimido las tarifas, prohibido la palabra corrupción y organizado un festival de subsidios insostenible, el ejercicio comparativo tendría algún sentido, descontada la trampa de comparar 12 años y medios con 120 días.
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