¿Qué lección nos dejó el profesor que perdió su batalla contra los celulares?
Lo que acabo de leer es trágico. Y no uso la palabra "tragedia" en vano: así llama a la degradación educativa el eximio médico y profesor Guillermo Jaim Etcheverry, aterrado ante una estadísitca: más de la mitad de los alumnos de escuelas secundarias y de universidades (se refiere a la Argentina, pero está en consonancia con lo que denuncia Leonardo Haberkorn, el colega uruguayo) "no comprenden lo que leen". Excepto, claro, los brevísimos mensajes que permite la tecnología, reducidos además a abreviaturas sólo comprensible para un clan.
La rendición del profesor Haberkorn, su carta, su desencanto, su sensación de tiempo perdido y tal vez de fracaso, no se agita como una bandera blanca en una trinchera cuyos soldados están exangües y abatidos: se yergue como un desesperado grito de auxilio por el futuro.
Porque esos adictos a las selfies y toda la parafernalia en uso, algún día tendrán que asumir responsabilidades mayores: progresar en un empleo, dirigir una empresa, educar a sus hijos, etcétera.
¿Cómo lo harán, si su bagaje de ignorancia ni siquiera les permitirá escribir una carta pidiendo empleo? ¿Cómo, si la trilogía sujeto-verbo-predicado es para ellos un enigma insondable?
La cuestión profunda es cómo salir de ese pantano, de esa fábrica de ignorantes y mediocres. No hay otra salida que un firme pacto padres-maestros y profesores-alumnos. Si esa semilla no se recupera y no germina, habrá muchas más banderas blancas. Y no sólo en América latina, donde el fenómeno se repite. También en gran parte del mundo.
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