A los maestros de la Biblioteca Popular José María Sobral, Mar del Tuyú

Maestros en La Soledad del Indio

Aquella tarde se quedó parada
como asustada y con frío
por ser mucha juventud 
pa´ terreno tan arisco.
Y allí se quedó parada 
en vago mirar perdido por,
por querer disimular 
su temor a estar tan sola
y sin saber el camino.


Pero al momento no más
las toscas manos de un vecino
callosas de tanto trabajar
y de pelearle al destino
se acercaron bondadosas 
y con ternura de niño
Le dieron la bienvenida
en nombre de la escuelita
que hace mucho la esperaba
triste en medio del campo
pa que alegrara a sus hijos.


La noche ya había encendido
sus farolitos del cielo  
y el canto triste del grillo,
y fue por eso tal vez 
que entre las cuatro paredes 
de aquel su humilde cuartito 
una angustiosa tristeza
entraba a clavar cuchillos
como queriendo matar
esa noble vocación
que en su pecho había nacido.

Pero llegó la mañana
y el sol con todo su brillo
desdibujó las tinieblas
que habían querido torcer
las huellas de su destino.
Y aunque llorando por dentro
masticando soledad 
en aquel lejano sitio
puso firmeza en el paso 
y fue a buscar el amor
de aquel puñado de niños
que hace mucho la esperaba
en la escuelita de campo
clavada en la soledad del indio.

Y desde entonces su vida
se hizo horcón de guayacán
se hizo paredes de adobe 
se hizo terrón para el quincho
y armó con todos sus años 
aquel rancho para el alma
con un letrero invisible
que decía en letras de amor

"Aquí hay saber y cariño".

La escuela, su vocación
le había pedido
hasta ese sacrificio
en soledad
porque precisaba intacto
todo el amor que tuviera
para entregarlo a los chicos.
Y en eso, en eso de darlo todo,
un tibio día recibió
en una nota oficial
algo que la estremeció:
el concejo le anunciaba
que su contrato había concluido

¿Era premio o era castigo?
Mil veces se preguntó.
.....No se vaya señorita,
quédese a vivir aquí,
si nosotros la queremos
por qué se tiene que ir.
Esas voces y unas manos 
que se agitaban sin ruido 
fueron únicos testigos 
de aquella amarga noticia.


Tan solo pretendo 
oponer a tanto olvido
mi simple agradecimiento,
ya que los niños le ofrecen
el más grande y merecido 
de todos los reconocimientos.

Su eterno amor.



Luis Landriscina

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