La paciencia de la sociedad es el dato saliente de la crisis. Macri acaricia la normalización financiera, pero enfrenta el impacto en la economía real.
La diferencia de énfasis es obvia. La estabilización financiera es precaria y está muy lejos de traducirse en una normalización macro. Imposible vender de manera consistente esa utopía con una inflación por arriba del 40 por ciento.
La tensión interna que este paisaje social y económico produce es obvia. El Gobierno necesita recrear un relato posible, no sólo para abortar los tanteos de un reemplazo del candidato, que aparece menguado en las encuestas, sino incluso del liderazgo político de Cambiemos. La definición de su programa, alianzas y equipo de conducción. Todo está bajo fuego amigo, porque los políticos tienen la saludable costumbre de priorizar la supervivencia. Más claro: Vidal y Larreta no llegaron hasta acá para pagar los pecados de otro. El sacrificio es una película rusa, que acaso nunca les interesó.
Así, mientras Macri intenta recrear un orden posible, un repiqueteo apenas perceptible entra en cuadro. Son los crujidos de la maquinaria del ajuste, filtrando la economía real. No es un proceso delicado como la creación del café, en todo caso se parece más a tirar un puñado de tornillos en una máquina de picar carne.
Los tambores suaves que se escuchan a los lejos, pueden ser un estruendo insoportable cuando lleguen a nuestra puerta. Se llama conflicto social y se profundiza cuando cae la actividad económica, el poder adquisitivo, el empleo, y suben los precios y la pobreza. Todo eso esta pasando, pero es como el avance de un buque arenero entrando al puerto. Lento, casi imperceptible, pero inexorable.
¿Cuando pegará la vuelta la economía real? No lo sabemos. El Gobierno estima que empezará a ocurrir luego del primer trimestre del año próximo. Entonces veremos un descenso de la inflación y una incipiente recuperación económica, que para las elecciones de Octubre ya debería ser un proceso vigoroso. En la precisión de ese pronóstico Macri se juega su segundo mandato. Pero lo más importante no es eso, lo crítico es encontrar un pasamano que le permita transitar los meses que vienen.
El dato más sorprendente de esta crisis es la paciencia de la sociedad, que aceptó resignada una devaluación del 50 por ciento. Una enormidad que hasta ahora se absorbió con templanza de Buda. ¿Qué explica esa singularidad? ¿Es el temor a un regreso del kirchnerismo? ¿La idea que Argentina está ante una de sus últimas oportunidades de normalización? ¿Una anhelo de modernidad que resiste su frustración? No lo sabemos. Pero acaso el Gobierno podría empezar a explorar la construcción de un camino de salida, honrando el regalo de esa paciencia inesperada, con una humildad que hasta aquí no abundó.
La diferencia de énfasis es obvia. La estabilización financiera es precaria y está muy lejos de traducirse en una normalización macro. Imposible vender de manera consistente esa utopía con una inflación por arriba del 40 por ciento.
La tensión interna que este paisaje social y económico produce es obvia. El Gobierno necesita recrear un relato posible, no sólo para abortar los tanteos de un reemplazo del candidato, que aparece menguado en las encuestas, sino incluso del liderazgo político de Cambiemos. La definición de su programa, alianzas y equipo de conducción. Todo está bajo fuego amigo, porque los políticos tienen la saludable costumbre de priorizar la supervivencia. Más claro: Vidal y Larreta no llegaron hasta acá para pagar los pecados de otro. El sacrificio es una película rusa, que acaso nunca les interesó.
Así, mientras Macri intenta recrear un orden posible, un repiqueteo apenas perceptible entra en cuadro. Son los crujidos de la maquinaria del ajuste, filtrando la economía real. No es un proceso delicado como la creación del café, en todo caso se parece más a tirar un puñado de tornillos en una máquina de picar carne.
Los tambores suaves que se escuchan a los lejos, pueden ser un estruendo insoportable cuando lleguen a nuestra puerta. Se llama conflicto social y se profundiza cuando cae la actividad económica, el poder adquisitivo, el empleo, y suben los precios y la pobreza. Todo eso esta pasando, pero es como el avance de un buque arenero entrando al puerto. Lento, casi imperceptible, pero inexorable.
El dato más sorprendente de esta crisis es la paciencia de la sociedad, que aceptó resignada una devaluación del 50 por ciento. Una enormidad que hasta ahora se absorbió con templanza de Buda. ¿Qué explica esa singularidad? ¿Es el temor a un regreso del kirchnerismo? ¿La idea que Argentina está ante una de sus últimas oportunidades de normalización? ¿Una anhelo de modernidad que resiste su frustración? No lo sabemos. Pero acaso el Gobierno podría empezar a explorar la construcción de un camino de salida, honrando el regalo de esa paciencia inesperada, con una humildad que hasta aquí no abundó.
Ignacio Fidanza
lapoliticaonline.com
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